I.
Esta vez, con el mar de fondo, un cauce que no ha de ser el de la memoria.
No un mar sino el mar –Mar, se me fue, dijo adiós en tu azul lejanía–, ese bolero poco famoso aunque sí definitivo. Definición: Mar, sabes bien, cómo duele perder un amor.
La calle Orizaba desemboca en otra colonia, entonces un rascacielos anuncia el cambio de demarcación y todos los microbuses y todos los peces se integran al adoquín y concreto como olas que se integran a la arena, como recuerdos que se estrellan en el sueño, como un hombre que se integra al agua y que cierra los ojos para que un vaivén, suave a la vez que violento, haga el resto.
Rascacielos, resaca, rocosa, reacción, maneras distintas de anunciar la afrenta de la ciudad: el individuo, perdiéndose y encontrándose casi líquidamente, despierta, recuerda, olvida, se duchará, se integrará a ese otro sueño un poco más social y la ciudad, de México aunque la calle se llame Orizaba, desata su oleaje.
Es de mañana aunque no haya sol pero ya haya noticias, los voceadores se apilan alrededor de las pilas de diarios de futura venta. Veo un gato que no me ve a mi porque atento ve a otro gato que, inexplicablemente, no está viendo nada. Dos navíos se encuentran, se besan, llegando sirenas y ajustadores de seguros. Rines de estrella de mar. Abismos o el último sueño. Pescar un resfriado, un bostezo, un reflejo. Monstruos abisales en forma de sonido programado traen de nuevo la luz al resto de los pescados que, devotamente, no pasarán del tope convenido aunque la pecera ya no exista.
Ciudad. O cuadrilátero en el que dos miradas que se encuentran develan el siguiente episodio –siento que llevan tus olas vago rumor de su voz–. Curioso porque así comenzó todo, primero dos peces que se tuvieron frente a frente y parecían besarse por cómo respiraban, luego una música que evocaba ese sonido superlativo de las olas ritmeando la noche (mejor si se escucha desde un cuarto de hotel tras una cortina cerrada y un balcón sin usar), finalmente un final, muchas coordenadas después, como horizonte que se alcanza, frontera colmada de ecuaciones irrepetibles que llega súbita, inhóspitamente, con el agua, con la deshidratación. El futuro, la inexplicabilidad, la vista que cansada se confunde, la memoria que vacía es timón a la deriva.
–pero me quedo en las sombras con mi desesperación–
Lo de resaca es reacción al rascacielos. Lo de rocosa es recuerdo de cañada, ese piedrerío que se integra al mar como las olas a los recuerdos, como la arena al sueño, como el agua al hombre. Digámoslo claro, un bolero lo confunde todo, un bolero que lo mismo lo canta Horacio Robles que las rondallas que Luis Miguel que Amparo Montes que.
II.
Mar, cualquier territorio. Entonces los signos, esos dadores de significado y jerarquía, irrumpen como un geizer que en cualquier momento, que en cualquier momento.
Mar, nostalgia de lo muerto, sangre azul, vida transparente, fondo de todas las formas.
Mar, ciudad de encuentros, liquidámbar siempre, liquidantes siempre, líquidos. Cáncer. Escorpión. Piscis. Redundancia. Mar, tu azul lejanía, lejana, vago rumor. Duele.
Mar, la calle Orizaba, estéreo Toshiba.
III.
La ventana por la que observo, cristal que da a un arrecife, es pequeña, casi inexistente. Nadie me ve que los veo. Cierto, no hay tráfico, es ésta una calle pequeña, con algunos cafés que aluden a ese París que no existe más que en nouvelles poco afortunadas, una fuente central abre la calle, la escuela gastronómica y sus refinadas técnicas de cata, clínica de belleza de próxima inauguración, un acuario de nombre “La Vigilia”, gelatería italiana (probar el selva negra en futuras visitas), video club, café internet que jamás tiene café.
Marea alta, comienzan otras músicas, un vibráfono, otro nombre, marea baja, un violonchelo, Aisha Duo, Duo Aisha, otras historias, costa, arena.
Splash.
ALBERTO ESPEJEL
Esta vez, con el mar de fondo, un cauce que no ha de ser el de la memoria.
No un mar sino el mar –Mar, se me fue, dijo adiós en tu azul lejanía–, ese bolero poco famoso aunque sí definitivo. Definición: Mar, sabes bien, cómo duele perder un amor.
La calle Orizaba desemboca en otra colonia, entonces un rascacielos anuncia el cambio de demarcación y todos los microbuses y todos los peces se integran al adoquín y concreto como olas que se integran a la arena, como recuerdos que se estrellan en el sueño, como un hombre que se integra al agua y que cierra los ojos para que un vaivén, suave a la vez que violento, haga el resto.
Rascacielos, resaca, rocosa, reacción, maneras distintas de anunciar la afrenta de la ciudad: el individuo, perdiéndose y encontrándose casi líquidamente, despierta, recuerda, olvida, se duchará, se integrará a ese otro sueño un poco más social y la ciudad, de México aunque la calle se llame Orizaba, desata su oleaje.
Es de mañana aunque no haya sol pero ya haya noticias, los voceadores se apilan alrededor de las pilas de diarios de futura venta. Veo un gato que no me ve a mi porque atento ve a otro gato que, inexplicablemente, no está viendo nada. Dos navíos se encuentran, se besan, llegando sirenas y ajustadores de seguros. Rines de estrella de mar. Abismos o el último sueño. Pescar un resfriado, un bostezo, un reflejo. Monstruos abisales en forma de sonido programado traen de nuevo la luz al resto de los pescados que, devotamente, no pasarán del tope convenido aunque la pecera ya no exista.
Ciudad. O cuadrilátero en el que dos miradas que se encuentran develan el siguiente episodio –siento que llevan tus olas vago rumor de su voz–. Curioso porque así comenzó todo, primero dos peces que se tuvieron frente a frente y parecían besarse por cómo respiraban, luego una música que evocaba ese sonido superlativo de las olas ritmeando la noche (mejor si se escucha desde un cuarto de hotel tras una cortina cerrada y un balcón sin usar), finalmente un final, muchas coordenadas después, como horizonte que se alcanza, frontera colmada de ecuaciones irrepetibles que llega súbita, inhóspitamente, con el agua, con la deshidratación. El futuro, la inexplicabilidad, la vista que cansada se confunde, la memoria que vacía es timón a la deriva.
–pero me quedo en las sombras con mi desesperación–
Lo de resaca es reacción al rascacielos. Lo de rocosa es recuerdo de cañada, ese piedrerío que se integra al mar como las olas a los recuerdos, como la arena al sueño, como el agua al hombre. Digámoslo claro, un bolero lo confunde todo, un bolero que lo mismo lo canta Horacio Robles que las rondallas que Luis Miguel que Amparo Montes que.
II.
Mar, cualquier territorio. Entonces los signos, esos dadores de significado y jerarquía, irrumpen como un geizer que en cualquier momento, que en cualquier momento.
Mar, nostalgia de lo muerto, sangre azul, vida transparente, fondo de todas las formas.
Mar, ciudad de encuentros, liquidámbar siempre, liquidantes siempre, líquidos. Cáncer. Escorpión. Piscis. Redundancia. Mar, tu azul lejanía, lejana, vago rumor. Duele.
Mar, la calle Orizaba, estéreo Toshiba.
III.
La ventana por la que observo, cristal que da a un arrecife, es pequeña, casi inexistente. Nadie me ve que los veo. Cierto, no hay tráfico, es ésta una calle pequeña, con algunos cafés que aluden a ese París que no existe más que en nouvelles poco afortunadas, una fuente central abre la calle, la escuela gastronómica y sus refinadas técnicas de cata, clínica de belleza de próxima inauguración, un acuario de nombre “La Vigilia”, gelatería italiana (probar el selva negra en futuras visitas), video club, café internet que jamás tiene café.
Marea alta, comienzan otras músicas, un vibráfono, otro nombre, marea baja, un violonchelo, Aisha Duo, Duo Aisha, otras historias, costa, arena.
Splash.
ALBERTO ESPEJEL
4 comentarios:
buena elección para acompañar tu texto, la pintu pues si es mia, sigo buscando el ritmo para empezar a usar algo más q carboncillos o portaminas, espero avanzar, respecto a tu escrito siempre m encuentro ante la sorpresa dq hay palabras q omito,por causa d cotidianidad m acostumbro a los pss, ntp, es q, etcs, no abarco campos amplios, creo q es part de lo qm tiene aquí, leer algo común en palabras y gramaticas d alguien más , eso hace el sentido d las cosas.
Una marea , en primera persona; una mirada de vouyerista citadino que va ''in crescendo'' .Intimista y con un léxico sublime.¿Puedo decír más? No, solo releer...me ha encantado.
Un abrazo
...marea alta, marea baja, como sea, las olas no cesan: movimiento perpetuo que se acompaña de susurros inentendibles para quien no se presta a escuchar.
Hace unos días alguien desde el otro lado del atlántico me dedicó The Lighthouse de Interpol:
"What do the waves have to say now?
What do the waves have to say now?
Slow down
And let the waves have their way now
Slow, and let the waves
Have their day"
...un faro para alguien que lo tiene en una ciudad sin costa y enclavada en una cañada, las rocas también susurran, en tierra también precisamos de una luz que nos lleve al hogar.
...es la tierra al otro lado del mar la que llama.
En la maniana en la calle de Orizaba cuando un gato miraba a otro... uff que lindo! y me gusta la semejanza al mar con nuestra urbe maravillosa de la cd. de Mexico...
vuelo...
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